venerdì 13 luglio 2012

Europa – Europæ "EUROPA, NAZIONE, RIVOLUZIONE!". Así clamaban en los años sesenta y setenta los jóvenes nacionalistas de Italia y de Francia; y este slogan resonaba por las calles en toda Europa. Un grito de esperanza, de ilusión, posiblemente de búsqueda de una dimensión política y espiritual allende su Patria, afectada por señales de decadencia y representada por gobiernos ya dispuestos a la rendición ante el avance cultural del progresismo, favorecido por democracias que sufrían de un complejo de inferioridad hacia el comunismo internacional, del cual eran tributarias por la derrota del fascismo. Tal vez el deseo de absoluto que animaba a los nacionalistas, los empujaba más allá de las fronteras, más allá de un nacionalismo que sentían como angosto y también mezquino; y, sobre todo, ¿qué sentido podía tener para ellos la esforzada defensa de los intereses nacionales en una Europa constreñida a ser campo de enfrentamiento geopolítico entre los Estados Unidos y la Rusia soviética, justamente (o al menos en parte) por las divisiones entre europeos y por las miras, egoístas e inspiradas por un designio de potencia territorial de las políticas ultranacionalistas? El tiempo de las guerras fratricidas tenía que terminar. Sin embargo, ¿qué Europa soñaban, qué Europa hacía latir sus corazones? ¿Cuál Europa se representaban ? ¿Existió en la realidad este sueño de una Europa unida, fuerte y capaz de resistir a las tentaciones de sus seculares reivindicaciones nacionales? La respuesta es no, incluso si esta constatación no quita razón a la fuerza de aquel grito; una fuerza subterránea, ancestral, hecha de una historia bimilenaria, a menudo sangrienta, empero compartida, de un destino que dividió hermanos que no obstante no dejaron de serlo. De todas maneras una Europa "Una", nunca existió. ¿Fue Roma, acaso, la primera expresión de una Europa unida? Una unión de algunos pueblos europeos, sí, mas sin olvidar que Roma fue, en primer lugar, un imperio mediterráneo que tenía justamente en el "Mare Nostrum" su centro geográfico-geopolítico y en que África del Norte constituía el granero de todas las provincias. Roma nunca fue más allá -sino en pocas oportunidades y por pocos años- de las orillas de los ríos Reno y Danubio. Más allá del vado, en los mapas militares los generales romanos anotaban: "Hic sunt leones". Roma fue, sí, la expresión de un Occidente que siglos antes Atenas y Esparta representaron contra el Oriente persa y la lucha victoriosa contra Cartago fue la manifestación de este secular enfrentamiento; mas no de una Europa que geopolíticamente todavía no había nacido; una parte importante de Europa pero no una Europa unida. Más bien, paradójicamente, fue el alistamiento de mercenarios godos -"europeos" entonces- que debilitaron la fibra del ejército romano que, hasta el inicio de la era imperial, podía disfrutar la "fides" de sus familias, de sus soldados campesinos, de sus ciudadanos mucho más motivados que los mercenarios bárbaros a defender su patria. * * * La primera manifestación de Europa -así como la vemos hoy- fue el imperio carolingio; la conquista de la costa sur del Mediterráneo por los árabes musulmanes, empujó el baricentro de lo que quedaba del mundo latino hacia el norte; el nuevo baricentro se situó en las orillas del río Reno, en el punto de encuentro entre los galos-romanos y los francos alemanes, atrás "limes" romano. Fue, otra paradoja de la historia, el propio Islamismo y su voluptuosidad de conquista y de sumisión de los pueblos linderos, lo que contribuyó a forjar el núcleo de esa Europa que nosotros conocemos. Como dijo el historiador belga Henry Pirenne en su obra "Mahomet et Charle Magne", el segundo habría sido inconcebible sin el primero: intuición clara e intencionadamente extremada, que muy bien sintetiza una realidad histórica. Así como las concepciones políticas y jurídicas de Roma sobrevivieron a su caída, llegando a fundamentar las sociedades del occidente, asimismo el sentido del espacio geopolítico carolingio -por entonces constituido por los territorios que ahora abarcan a Francia, Bélgica, Países Bajos, Alemania, Austria e Italia centro-septentrional- se proyectó a través de los siglos: estos territorios nunca fueron violados por Asia, el Islam o el comunismo y, lo que es igualmente significativo, esas naciones constituyeron el primer núcleo territorial de la actual Unión Europea. La historia de los grandes imperios, y no sólo de los europeos, tiene una constante: la necesidad de no detenerse en la política de expansión; sólo así en las naciones que los componen puede mantenerse el interés por la unión imperial y por la renuncia a su soberanía. En cuanto el impulso a la conquista y a los beneficios de la expansión se detengan, volverán a emerger los empujes centrífugos de los intereses nacionales y no habrá nada que pueda frenarlos. Sin una fuerte razón común, un imperio no puede conformarse y cada tentativa de construcción fundada sobre la fuerza y el engaño, no puede durar; la Europa napoleónica francocéntrica y el proyecto hitleriano de una Europa alemanocéntrica se destacan como últimos ejemplos de utopías imperiales finalmente rechazadas por los deseos de independencia nacional. Tampoco el proyecto de la Unión Europea se sustrae al razonamiento anterior: esta estructura fundada sobre el engaño y el equívoco, pues está desarrollada sin un verdadero consentimiento popular y se está revelando mortífera para las economías de los países menos industrializados, y totalitaria en su voluptuosidad de aplastar toda diferencia nacional -tratando de imponer reglas abstractas y disociadas de cualquier tradición cultural, social y religiosa- está destinada, una vez acabado el interés por un recorrido común, a estrellarse contra los escollos de los intereses nacionales. Bien se puede notar, además, que fue justamente la expansión de la Unión a nuevos países, sobre todo en las áreas culturales y geopolíticas más lejanas, la que provocó las primeras grietas en el edificio. Exactamente como el alistamiento de los godos en el ejército de Roma. * * * El primer verdadero ejemplo de una Europa unida está volviendo al fracaso; los teóricos burócratas de una Europa fundada sobre ideas abstractas e ideas de hombres abstractos y sin raíces no conocen a De Maistre: "Todos me hablan del hombre; nunca lo conocí; al contrario conocí a rusos, italianos, franceses, alemanes ...". Europa como continente-nación es una utopía sin sentido y no una realidad histórica o geo-estratégica. Es suficiente observar, como bien lo hace Aymeric Chauprade, profesor de geopolítica en el "Collège des Interarmées de Défense" (la vieja Escuela de guerra francesa), que los intereses del actual espacio "carolingio" no son los mismos del grupo de naciones situadas en el espacio balcánico o en el espacio báltico. El primero se encuentra destinado -a despecho de la resistencia de gobernantes que tergiversan la natural predisposición de sus naciones- a enfocar su propio interés hacia el "Heartland" del Este, es decir a Rusia, en una perspectiva de estrategia común frente a la talasocracia (británica antes y estadounidense después). El segundo, al contrario, linda con la potencia rusa –de cuyo talón por mucho tiempo soportaron el peso- y, por eso, tienden a buscar auxilio en un protector lejano: no es una casualidad que los países del ex bloque soviético no tuvieron dudas en adherir sin reservas a la NATO. Tampoco es posible buscar una estrategia común con los países vueltos hacia el Atlántico como Gran Bretaña y Portugal; geográficamente marginados en el espacio europeo, buscaron su desahogo geopolítico fuera del contexto continental. Brasil y Estados Unidos, las naciones más extensas (con excepción del Canadá) y más pobladas de América, constituyen el fruto de esas vocaciones transoceánicas. Ni se puede olvidar el constante papel de Gran Bretaña para contrarrestar cualquier fuerte crecimiento de una potencia europea, capaz de lograr una supremacía continental. Y, finalmente, hay un espacio a la vocación mediterránea, con Grecia, Italia del sur y una España que supo incluso encontrar más allá del Océano Atlántico el desarrollo de su cosmovisión cristiana. * * * Tales diferenciaciones tienen, naturalmente, un sentido general y necesitarían de muchas precisiones. Por ejemplo, tener en cuenta que incluso en el interior de estos bloques se dieron enfrentamientos y luchas por la supremacía. Sin embargo, no hay duda que Europa no representa, ni nunca constituyó, un bloque compacto portador de un único interés compartido. Hasta en los momentos más decisivos de su bimilenaria historia, cuando la amenaza fue un enemigo externo, el intento de unidad estuvo bien lejos de lograrse. Cuando los francos luchaban contra los musulmanes de España para contener su avance, los aquitanos de Francia, a raíz de su enemistad hacia los carolingios, apoyaron al califato de Córdoba. De la misma manera, el imperio francés se apartó de la lucha de las naciones cristianas contra el imperio otomano con el cual tenía estrechas relaciones. En las aguas de Lepanto en 1571, la flota turca fue derrotada por una liga conformada por buques y marineros venecianos, toscanos, españoles y pontificios; paradójicamente, estuvo ausente la "Fille ainée de l'Église", la hija primogénita de la Iglesia. La lucha de la monarquía francesa contra el imperio de los Habsburgos por el predominio europeo, motivó a la primera a no contestar a la presión del imperio otomano en el corazón de Europa. En la batalla de Viena, sitiada por el ejército conducido por Kara Mustafá y el sultán Maometto IV, intervinieron, movilizadas por el llamado del papa Inocencio XI para la defensa de la Cristiandad, tropas de Alemania, de Baviera, polonesas y húngaras, encabezadas por el príncipe Eugenio de Savoya y por el general polaco Sobieski. Europeos en una Europa dividida. La complejidad del recorrido europeo, directamente proporcional a su abigarrada composición étnica, territorial y geográfica, impide una lectura unitaria y coherente de su historia y, aún más, la posibilidad de una visión unitaria del fenómeno continental. * * * Hoy en día estas diferencias se destacan, si es posible, mucho más, porque la crisis exaspera la desconfianza de los pueblos hacia esta estructura mastodóntica que es la Unión Europea; su aceptación fue a cambio de una promesa de bienestar y tranquilidad social y económica de todos los europeos; la impostura se descubrió a sus expensas. Por una ley natural, los intereses particulares de las naciones van a despertarse y la Unión, así como ahora la conocemos, se encuentra destinada, a breve plazo, a un profundo cambio de rumbo. Empero hay algo, lamentablemente, que une las sociedades europeas -y hablamos de las del occidente continental- o sea la caída, la decadencia, la inconsciencia de su pasado y, por consiguiente, la falta de visión de su futuro. Los tratados que hoy rigen las estructuras jurídicas y políticas de la Unión - más veces rechazados, en ocasión de referéndums celebrados en Holanda, Francia e Irlanda, no obstante vueltos a proponer sin vergüenza porque "debían“ adquirir vigencia- representan una Europa sin alma. Allí se citan genéricamente "las tradiciones religiosas de Europa" sin especificar al Cristianismo y a las raíces helénicas y romanas, que siempre acompañaron, indicando la dirección, la historia del continente. Abstracciones igualitarias y filosofía de los derechos humanos, he aquí la nueva brújula del nuevo rumbo: lo que lleva al matrimonio homosexual, al derecho de paternidad y maternidad a toda costa, al aborto y a la crisis demográfica (y a la progresiva substitución de los pueblos), a la creación de nuevos géneros no naturales, al permitir el desahogo de cualquier manifestación de pensamiento, hasta la más desquiciada, al deber de acoger a toda la miseria del mundo, a la represión de cualquier reacción identitaria. Sin embargo estos tratados no son la causa sino el punto de llegada de un recorrido de locura de una civilización y de una desviada concepción de "libertad"; que por los romanos coincidía con la "libertad de la Patria" mientras que los liberales de todos colores ven al hombre como sujeto único de este supuesto, inalienable derecho. * * * Empero existe otra Europa, "periférica" podríamos decir, que parece haber tomado una ruta completamente diferente. Wladimir Putin después de rechazar la tentativa de Gorbachov y Eltsin de hacer de la Rusia una nación, una más en una ya numerosa compañia, sometida a las reglas de las oligarquías internacionales y apátridas, ha apostado, de manera ganadora, por un destino de independencia económica y de reconstrucción social; ha sostenido a la familia, alentando el crecimiento demográfico -en un país donde la disminución de la población había alcanzado niveles impresionantes- con ayudas concretas y rehusando la fórmula inmigratoria elegida por las naciones occidentales: ha mantenido el control sobre las fuentes de energía, que la política post-comunista había entregado a mafias oligárquicas; ha reanudado las relaciones con la Iglesia ortodoxa, reconociendo el valor de la religión como elemento insubstituible de la sociedad humana; ha vedado cualquier forma de propaganda desviada en tema de matrimonio y sexualidad; en este asunto la provincia de San Petersburgo (donde la influencia del grupo dirigente atado a Putin es muy fuerte) elaboró un proyecto de ley donde se prevén sanciones penales contra la propaganda de homosexualidad y, naturalmente, de pedofilia, calificadas como atentado a la juventud; en esta misma nación los jueces, hace poco tiempo, han emitido una orden de captura contra el financista Soros, acusado de maniobras especulativas dirigidas a la devaluación del rublo. La misma república de Bielorusia, no hace mucho, había prohibido a este parásito internacional la entrada al país, calificándolo de "persona non grata". También en el interior de Europa hay quien trata de no dejarse seducir por las utopías: Hungría, cuyo gobierno conservador, está contestando las directivas del FMI, y apoyado por el partido nacionalista Jobbik, ha decidido poner el banco central bajo el control del Estado. Una verdadera herejía para la Europlutocracia y para su proyecto de aniquilación de toda real soberanía nacional que no puede ser disociada del control sobre la emisión monetaria. Si a esta valiente elección -que se mueve en una dirección totalmente opuesta respecto a la política de forzada privatización del sector financiero y crediticio implementada por las instituciones de Bruselas - añadimos la invocación, contenida en el preámbulo de la nueva constitución (que sustituye la comunista del 1949), a la protección del Señor sobre la patria («Isten, álddmeg a Magyart" -Dios bendiga a los húngaros- y la afirmación del derecho a la vida desde la concepción (en una Europa donde el aborto es un "derecho") entonces podemos comprender los gritos histéricos de quienes claman la adopción de sanciones contra el gobierno de Viktor Orban. * * * Si una Europa ideal existe y existió, entonces no la debemos buscar en la ucronía, sino en los rasgos de dignidad, de grandeza, de belleza, de cultura, de virtudes espirituales y militares que, a lo largo de su historia, las aristocracias de sus territorios supieron entregar; tal vez en no muchas oportunidades, si las comparamos a los periodos de decadencia y de vileza, pero seguramente más que suficientes para forjar el carácter y el estilo de vida de generaciones y generaciones de hombres y mujeres. No sólo "Europa, Nazione, Rivoluzione! ", solían aclamar los jóvenes nacionalistas; en recuerdo de la heroica resistencia de los patriotas húngaros contra los carros armados soviéticos, que aplastaron las esperanzas de un pueblo que se batía hasta la muerte, un grupo musical italiano compuso una canción que se intitulaba: "Avanti ragazzi di Buda! Avanti ragazzi di Pest !” ¡Ha retornado el momento de cantarla de nuevo!